La electricidad, aunque racionada a unas horas por día, es poca, cara y de mala calidad, con apenas fuerza para poner de color naranja el filamento de las bombillas. También es cierto que muchas familias se las ingenian para practicar conexiones ilegales y burlar el contador, aunque siempre existe el peligro de que el inspector-cobrador sospeche, aparezca sin avisar, descubra el subterfugio y haya que sobornarlo para que no denuncie.
Como cortan el fluido eléctrico por la noche, Teófilo González se ve obligado a leer a la luz de una vela, que sustrae del candelero del Cristo de la Misericordia de la Catedral, donde siempre hay abundante cera ardiendo porque es muy milagroso. Aunque se acueste cansado, Teófilo no deja de leer veinte o treinta páginas de una novela de El Coyote o tebeos de El Guerrero del Antifaz que alquila a perra chica en el kiosco de Ibáñez.
Debido a los apremios de la vida, el joven Teófilo no ha tenido hasta ahora tiempo de culturizarse y leer. Don Tomás Santos, le presta su primera novela del Oeste, La mascota de la pradera. El autor es Marcial Lafuente Estefanía, un ingeniero industrial que alcanzó el grado de general en el Ejército de la República y llegada la paz sufrió persecución por la Justicia y dio con sus huesos en la cárcel donde ha desarrollado su afición por la escritura.
Otros autores muy leídos son antiguos combatientes o periodistas republicanos represaliados que han encontrado en la novela popular un medio de ganarse la vida.
Pedro Guirao, anarquista con siete años de condena «por pertenencia a maquis y por haber asaltado un banco» cultiva la ficción policiaca desde su celda de la cárcel Modelo de Madrid bajo el pseudónimo Peter Kapra. Su colega Jesús Rodríguez Lázaro, en la literatura Lucky Marty, anarquista y camorrista, cumple nueve años de cárcen entre la Modelo de Madrid, el penal de Ocaña y la Modelo de Barcelona.
No todos los escritores del «grupo de la Modelo» son presidiarios. A Luis García Lecha, funcionario de prisiones, el ambiente de creación que vive cerca de los escritores reclusos lo anima a componer sus propias novelas del Oeste, que publicará con el pseudónimo Clark Carrados. Para rizar el rizo, el fiscal que los ha metido entre rejas, don Antonio Viadier, siente también la llamada de la literatura y publica novelas populares bajo el pseudónimo Dick Dickinson.
Los republicanos que escriben ficción no tienen problemas con la censura. Sin embargo, lo que son las cosas, al escritor falangista Rafael García Serrano le secuestran su novela La fiel infantería, premio José Antonio Primo de Rivera, porque al cardenal arzobisco Pla y Deniel le ha parecido inmoral. También persiguen la novela La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela sin que lo ampare su condición de censor.
De la censura nadie está a salvo. Incluso al propio Franco le censurarán en 1950 una serie de reportajes que está publicando en Arriba sobre la masonería.